EUROPA EN LA CREACIÓN DE LOS MODELOS CÉLTICOS EN
ESPAÑA:
EL SÍNDROME DEL PATITO FEO.
Ó scar López
Jiménez.
Inés Sastre Prats.
Instituto de Historia – CSIC.
RESUMEN :
La construcción de las
identidades nacionales durante las revoluciones sociales y económicas desde
finales del XVIII y el siglo XIX marcó claramente un panorama político y
social que va a tener su repercusión en muchos elementos de la Arqueología
española hasta nuestros días. Durante más de dos siglos España se ha
esforzado por dibujar un pasado basado en ser aquello que creía que tenía
que ser, en vez de intentar determinar cual es o cuales son, esas
realidades.
La conciencia de tener que superar los modelos
"célticos" generados por las potencias intelectuales europeas durante esta
época no se ha producido prácticamente hasta los años ochenta. Los avances
producidos durante estos años, que han sido numerosos, nunca se han dirigido
a la propia base del concepto. No es hasta el inicio de una corriente
historiográfica (que analiza a la propia disciplina, y no sólo que cuenta la
anécdota), gracias a un comienzo de conciencia de comunidad científica entre
los más jóvenes arqueólogos españoles, cuando estos fenómenos se han podido
comenzar a documentar y replantear.
Las identidades tienen un papel muy importante en todo
este proceso, donde se buscan justificaciones, legitimaciones, modelos
ideales o elementos de contraste usados como argumento "científico",
político, económico, etc., sobre elementos arqueológicos. La influencia de
la escuela histórico-cultural traerá aparejado un sistema de pensamiento que
hemos definido como paradigma étnico-cultural,
directamente relacionado con el sentido de identidad histórica y cuyas
secuelas son rastreables hoy en día.
Un ejemplo de estos condicionantes es la trayectoria
de investigación en la Edad del Hierro del Noroeste. Tras el inicio de la
tímida decadencia del modelo "céltico" el paradigma étnico-cultural se
esconde tras el peso de lo "indoeuropeo". Este ha desfigurado la visión de
unas sociedades cuyo registro arqueológico plantea interesantes problemas de
investigación que exigen modelos interpretativos que permitan poner de
manifiesto sus peculiaridades y acaben con su homogeneización en el marco
general de las sociedades europeas contemporáneas.
EUROPA Y ESPAÑA EN LA CONSTRUCCIÓN DE LOS CELTAS
La Europa del siglo XIX y principios del XX se definía
por tres conceptos muy claros social y políticamente: imperialismo,
colonialismo y nacionalismo. Las grandes potencias políticas comienzan a
regir un mundo cada vez más pequeño gracias a la revolución de los
transportes y la gran Alemania se consolida en lo político, económico y
también ideológico, mientras una enflaquecida Francia lucha por no perder su
papel en la política europea. En este contexto aparecerán los principios del
idealismo alemán de Hegel, la Historia rankiana y las ideas de Fichte,
Nietzsche y Rosenberg, en busca de unas raíces legitimadoras de las
pretensiones políticas hundidas en la Prehistoria. Este será, por lo tanto,
el nacimiento del "culto al héroe", y con él, el de las "sociedades
heroicas" que tanta importancia van a tener en la elaboración de modelos
hasta la actualidad.
Esta gran potencia va ha producir una importante
Arqueología, liderada por ese filósofo de corte idealista hegeliano volcado
hacia la Prehistoria que fue Gustav Kossinna. El "método Kossinna" (Kossinna
1911, 1921 y 1941) será seguido por numerosos arqueólogos de la escuela
alemana como Schmidt o Menghin y otros como Childe. Con estas bases nace lo
que podemos llamar el modelo "étnico-cultural", pensado para justificar un
modelo apriorístico e inamovible creado a base de generalismos tomados de la
lingüística y la lectura de las fuentes donde el concepto de "cultura
arqueológica" viene a identificar artefacto con cultura; distribución del
artefactos con región cultural; ésta con un grupo de asentamientos, y, sus
pobladores en la antigüedad, con un grupo étnico definido y asimilable a un
pueblo histórico. Estos habrían mantenido rasgos de carácter inherentes
transmitidos secularmente [López Jiménez, 2001 #555]
Por otra parte, la escuela francesa, a través de los
trabajos de D´Arbois o Déchelette y sus coetáneos, dejó la herencia de la
"gran céltica" de la que una parte de la investigación sigue haciendo uso
todavía (D’Arbois de Jubainville 1871, 1889, 1893-4, 1902, 1904 y 1981).
Basándose en una unidad lingüística apoyada en los estudios de los alemanes
y aplicando los modelos sacados de textos como los de Tácito, y mezclando
las estructuras sociales sacadas de los thuat del Lebor Gabalah,
Crit. Gablach y los Uraicecht Becc. Se construye una visión
cerrada de una sociedad "bárbara" que se mira en los modelos de estructura
social y ciudad clásica. La coherente estructura de la "céltica" de D’Arbois
será sistematizada y difundida por Déchelette, quien aporta además a sus
rasgos de carácter la necesidad expansiva, invasionista, como algo
sistemático (Déchelette 1911-1914).
Estos presupuestos, presentados aquí muy brevemente,
vienen a completar una situación ideológica, reflejo de un pensamiento que
se adaptó al panorama español de finales del XIX y principios del XX
con impresionantes efectos. El paradigma étnico-cultural se difunde por la
arqueología de la Edad del Hierro de toda la Europa occidental y el modelo
"céltico" es rápidamente asumido para España y las pequeñas arqueologías que
en estos momentos comienzan a desarrollarse con fuerza (López Jiménez 2000).
ESPAÑA Y LAS "ARQUEOLOGÍAS REGIONALES".
España se encuentra en este momento en plena crisis
social y política. Las crisis de las colonias, la ruina económica y el
desfase cultural y tecnológico cada vez mayor con el resto de Europa crea un
proceso de emulación hacia países como Alemania y Francia. Por una parte se
buscaron modelos "imperiales", aglutinadores que justifiquen la unidad de
España y su coherencia étnica y cultural. Por otra, surgen, fruto del
descontento y la falta de identificación con un poder central cada vez más
débil, unas incipientes academias regionales que propugnan una arqueología
nacionalista.
Los modelos étnico-culturales tomaron los presupuestos
del "indogermanismo" y, más tarde, del indoeuropeismo para justificar una
Europa occidental unida por la supremacía de una "cultura" dominante. Pero
también para crear micro-espacios culturales, delimitando grupos étnicos
cerrados que se proyectan desde lo más antiguo de la historia hasta el
presente. Desde estos momentos comienzan a aparecer los fundamentos de las
arqueologías regionales de las que tenemos autores muy reconocidos. En
Andalucía la obra de Joaquín Guichot, Braulio Foz en Aragón, Nicolás
Solaruce en el País Vasco, Victor Balaguer y Antonio Bofarull en Cataluña y,
en Galicia, Martínez de Murguía, Villamil, Benito Vicetto o López Ferreiro
entre otros.
Respecto al caso gallego, durante mucho tiempo se
buscaron los ancestros en el mundo clásico, llegando todavía a principios
del siglo XX García de la Riega a defender la filiación helénica de los
gallegos. No era raro tampoco, hasta entonces, encontrar vínculos con
personajes bíblicos práctica que se remonta a la escolástica medieval. La
idea más conocida y largamente mantenida en la conciencia general ha
sido la fundacion de Noya atribuida a Noé . Sin embargo, con el interés por
el pasado clásico, el renacimiento produce modelos ideales para el origen
galaico en los héroes de la Iliada y la Odisea, apoyada en gran medida en
los Nostoi griegos . La más curiosa de estas teorias justificaba la
fundación de Pontevedra a manos de Teucro.
Sin embargo, en pleno siglo XIX y hasta nuestros días,
con los autores del "romanticismo tardío" gallego, aparece un especial
interés por la filiación céltica como origen de Galicia como entidad
sociopolítica cerrada y étnicamente diferente del resto de España. Estos
escritores establecieron una serie de publicaciones donde desarrollar estas
ideas, cuyo mayor exponente fue la revista NOS, fundada en 1920 por
el Padre Risco. De todos los trabajos de este clérigo, cabe destacar su
"Galicia Céltiga" , declaración política completa de las líneas de
pensamiento del nacionalismo celticista gallego (con las matizaciones
necesarias en toda generalización). Se asume como dogma indiscutible el
celtismo (dentro de las asunciones del paradigma étnico-cultural) como base
racial del pueblo gallego, con lo que Galicia queda claramente diferenciada
del resto de la Península. Son los valores que se presuponen para los celtas
los que hacen a éstos superiores a los demas pobladores e intolerable la
situación de dominio de las "razas euroafricanas ibéricas" sobre los
gallegos "celtas" . Como vemos es una de las más claras utilizaciónes del
paradigma étnico-cultural (quizá después de los discursos de Rosenberg y las
conclusiones políticas de Kossinna durante el nazismo) para cumplir los
objetivos políticos para los que fue diseñado. Junto a Risco destacaron
algunos otros intelectuales gallegos del mismo grupo cultural, entre los que
podemos destacar, además de los muy conocidos estudios de Martínez de
Murguía, los de Jaime Quintanilla. Este fue uno de los mayores defensores
del argumento de la contraposición entre celticos-europeos y
españoles-africanos.
Tras sentarse estas primeras bases del celtismo
galaico, la posguerra trajo la focalización del estudio de los céltico en la
"cultura castreña", principalmente impulsado por los trabajos de López
Cuevillas o Peña Santos, con los que se impone la asociación entre celtas y
Edad del Hierro. El trabajo de López Cuevillas marca el inicio de esta fase
de la investigación céltica y es clave en esta reorientación de los estudios
sobre el celtismo. En este caso se trata de un celtismo más integrador y
universalista, donde quedan mitigados los "rasgos diferenciales" cada vez
menos adaptables al panorama político del momento.
EL NOROESTE DE LA PENINSULA IBÉRICA
Esta breve reflexión sobre el primer celtismo
nacionalista gallego puede servir como elemento de comparación para calibrar
el significado del celtismo en la actualidad y su influencia en los estudios
de la Edad del Hierro del Noroeste. Puede decirse que en los últimos años se
ha consolidado una nueva concepción del celtismo, en buena parte heredera de
esa reorientación de la postguerra, que implica una revisión de su carga
ideológica tradicional y un alineamiento en posiciones que pretenden
abandonar el nacionalismo. El peso argumental, en este sentido, se ha
desplazado desde las características posturas excluyentes, hacia posiciones
integradoras que hacen hincapié en la participación de Galicia en los
ámbitos culturales de la Europa atlántica. Al mismo tiempo, la cuestión
céltica se ha diluido en gran medida ante la importancia que ha ido cobrando
el concepto de indoeuropeo a través del cual, de alguna manera, se han ido
hermanando la tradición europea y la mediterránea, el mundo bárbaro y las
sociedades clásicas. Éstas, en sus momentos formativos o arcaicos, muestran
-de acuerdo con estas ideas- notables similitudes sociales y simbólicas con
las sociedades de la Europa atlántica.
Puede decirse que la cuestión céltica se ha convertido
en una parte de la cuestión indoeuropea. Y ésta, en el caso gallego, bebe
directamente de las fuentes del estructuralismo y, más en concreto, de
Dumézil. Esto tiene consecuencias directas en la interpretación de las
formaciones sociales pero, además, y desde un punto de vista más general, ha
dado lugar a una visión histórica en la que se da prioridad a los ritmos de
larga duración (Criado 1991). El principal resultado de ello es la
relativización de los procesos de cambio y el peso de la atemporalidad en la
contemplación del intervalo cronológico desde el Bronce Final -si no antes-
hasta, prácticamente, la revolución industrial. Ejemplo de ello, desde el
punto de vista arqueológico, es el modelo del "paisaje tradicional gallego"
que, desde la idea de que "cada aldea tiene su castro" vincula, sin solución
de continuidad, las formas de organización territorial del mundo castreño
con la realidad rural gallega moderna. Otro ejemplo de este continuísmo
puede ser la vinculación entre supuesto territorios supralocales de época
castreña y arziprestazgos medievales.
De este modo, la inserción de lo céltico en la
realidad indoeuropea ha expandido casi a escala supra-continental (Euroasia)
los límites de un objeto de estudio que el celtismo nacionalista restringía
prácticamente a las frontera de la Galicia moderna.
Sin embargo, el conflicto ideológico
atlántico-mediterráneo permanece, sobre todo en lo que respecta a la
consideración general del impacto romano en el desarrollo del proceso
histórico de este Noroeste celta. Aunque en ocasiones no se ha tenido en
cuenta, esto ha tenido una importancia fundamental en la interpretación de
las formaciones sociales de la Prehistoria Reciente del Noroeste. Por una
parte, ese carácter atemporal que se ha otorgado a las formaciones sociales
definidas como indoeuropeas, y por otra la propia consideración desde la
Historia Antigua de la romanización del Noroeste como un proceso histórico
débil y superficial, han garantizado el triunfo de una visión continuista de
las realidades sociales gallegas y, paradójicamente, el alejamiento de las
influencias mediterráneas de su proceso más estrictamente histórico. Esto ha
tenido una consecuencia fundamental. El rechazo a considerar la conquista
romana como un hito fundamental del proceso de cambio de las comunidades
castreñas ha permitido un grave error metodológico: aplicar directamente la
información obtenida del registro arqueológico romano (morfología,
organización espacial y formas de ocupación del territorio de los castros
romanos; guerreros galaicos; pedras formosas) y de la epigrafía (unidades
organizativas indígenas, c invertida) a la definición de las formaciones
sociales de la Edad del Hierro. Como resultado se ha llegado a considerar la
primera época romana como el momento de máximo apogeo de las formas
culturales castreñas, anulándose, con ello, la importancia histórica de un
momento tan fundamental como la época de Augusto y distorsionándose, además,
la interpretación de las formas de organización social estrictamente
castreñas.
En gran medida, la recuperación del celtismo desde
posturas "europeístas" y no nacionalistas ha sido también reacción a la
visión de un cierto exclusivismo de la Galicia de la prehistoria reciente a
través de acercamientos esta vez procedentes de la Historia Antigua. De
hecho, la arbitrariedad con la que se traspasa la información de época
romana a la prerromana ha servido para justificar una cierta peculiaridad
galaica a la que supuestamente se adaptó el sistema imperialista romano
(Pereira 1983). Nuevamente esto se produce en torno al castro, a partir de
la lectura del peculiar signo "c" invertida de la epigrafía latina del
Noroeste como castellum. La inexacta restricción de este signo al
territorio que Roma definió como Gallaecia puesto que se
documenta no sólo en territorio galaico, sino también astur). y su
vinculación directa -y nuevamente inexacta- con los castros prerromanos,
favoreció una nueva justificación histórica para la peculiaridad de Galicia,
esta vez en el marco del Imperio Romano, pero arraigada en las formas de
organización social de la cultura castreña. Éstas se consideraron igualmente
particulares en el contexto general de la última Edad del Hierro,
explicándose así que bajo Roma aparecieran formas peculiares de onomástica
que esconderían formas de organización social igualmente originales. Como
clara reacción a esta postura el celtismo se propuso rescatar Galicia de
estas nuevas bases históricas para una posible justificación del
nacionalismo e integrarla en el marco general de la cuasi-ilimitada
comunidad indoeuropea.
LA LECTURA SOCIAL DEL REGISTRO ARQUEOLÓGICO CASTREÑO
Parece claro, por lo tanto, que nacionalismo y
europeísmo, mundo atlántico y mediterráneo, siguen siendo contraposiciones
vigentes en la interpretación del registro arqueológico de la Edad del
Hierro del Noroeste que se polarizan en torno a la cuestión céltica. El
resultado práctico de todo ello es que la lectura del registro arqueológico
castreño se ha hecho excesivamente dependiente de los modelos sociales
heredados de la imagen tradicional de "lo celta", es decir, de modelos
interpretativos que se basan en formaciones sociales jerarquizadas cuyas
formas de expresión cultural están dominadas por grupos de guerreros.
En la definición de estos modelos han confluido dos
corrientes: la filológica y la arqueo-antropológica. Ambas se benefician de
las posibilidades comparatistas que les ofrece el haber insertado su objeto
de estudio, el mundo castreño, en el amplio mundo del indoeuropeo.
La corriente filológica, la más directamente orientada
por los trabajos de Dumézil, se ha centrado, por una parte, en el análisis
de los textos etnológicos clásicos, fundamentalmente Estrabón y las diversas
herencias de Posidonio (Bermejo1999, García Quintela 1999). Por otra, en el
estudio de la información epigráfica relativa a nombres (teónimos, topónimos
y antropónimos: Fernández Albalat 1990; Brañas 1995). Estos autores
actúan siempre con un método comparativo clásico que recurre a informaciones
extraídas de múltiples y variopintos contextos sociales, desde la Galia
descrita por César a las fuentes irlandesas altomedievales, pasando por las
épocas arcaicas de la sociedad grecorromana. Los estudios están orientados
por la teoría de la trifuncionalidad duméziliana que, al parecer, domina el
universo simbólico indoeuropeo y para la que se supone mecánicamente una
tripartición social: soberanos (druidas), guerreros, campesinos.
Por su parte, los enfoques arqueo-antropológicos
siguen reproduciendo -a pesar de sus sentidas y teóricamente admitidas
críticas- el modelo de evolución social del funcionalismo clásico: sociedad
tribal, jefatura y estado. Esto es, sin duda, resultado de una noción de la
Europa del Hierro como un mundo celta que impone, necesariamente, modelos de
sociedades de jefatura o estados primitivos en los que un grupo dominante de
guerreros lleva la voz cantante en las formas de expresión cultural. Esto ha
influido directamente en todas las lecturas del registro castreño, incluso
en las menos marcadas por el peso del celtismo. Pero, al mismo tiempo, es
señal de que la crítica al funcionalismo no se ha llevado aún hasta sus
últimas consecuencias, de modo que la relación entre los conceptos de
complejidad social, desigualdad y jerarquización se siguen manejando de
forma mecánica, prácticamente como sinónimos. Con ello parecen ignorarse los
trabajos que se han realizado recientemente desde el campo de la
arqueo-antropología en el estudio de las sociedades agrarias primitivas y
sus formas de desigualdad (Crumley 1979; McGuire 1983; Saitta 1992 y 1994;
Stein 1998).
No cabe duda de que el modelo indoeuropeo filológico y
la sociedad céltica exigen interpretaciones del registro arqueológico que
dan por supuesta la jerarquización social. El problema aparece cuando ese
registro arqueológico se muestra categóricamente ambiguo al respecto. Podría
decirse que en la base de la mayor parte de las interpretaciones recientes
sobre la Edad del Hierro del Noroeste está la necesidad de casar ese mundo
de guerreros célticos con el mutismo recalcitrante de las formas castreñas
de organización del espacio respecto a las relaciones desiguales. Lejos de
abandonar los modelos jerarquizados se ha recurrido a la afirmación de la
invisibilidad arqueológica de esos grupos de guerreros y a negar la
evidencia de que semejante grupo social diferenciado debe tener su reflejo
en el registro arqueológico. Y esto ha dado lugar a una cierta esquizofrenia
interpretativa por la cual, mientras las lecturas sociales pretenden
recalcar el peso de la comunidad como estructura de poder de acuerdo con el
registro arqueológico (clan cónico de Brañas 1995; jefaturas germánicas de
Parcero 1997), el recurso al universo simbólico céltico obliga a suponer
ideologías individualizadoras y demostraciones de poder que son en gran
medida contradictorias con los sistemas sociales previamente supuestos. Y
aquí llega como agua de mayo el registro arqueológico de época romana que,
con sus esculturas de guerreros y sus lugares centrales de morfología
castreña, termina respaldando el modelo céltico. Así queda completamente
eliminada la crucial reorientación del proceso histórico que implicó la
conquista romana.
Sólo recientemente y a partir sobre todo del concepto
de campesinado primitivo o segmentario se ha comenzado a plantear la
necesidad de matizar la idea de que el desarrollo de sistemas agrarios
estables y complejos conlleva necesariamente la aparición de formas de
desigualdad jerarquizadas (Vicent 1998; ; Ortega 1999). Con ello se ha roto
la idea de la inevitabilidad de la consolidación de estructuras de
explotación social que rompen la unidad comunitaria durante la prehistoria
reciente, sin que ello implique negar la existencia de formas de desigualdad
y explotación en el seno de estas comunidades agrarias.
El registro arqueológico castreño representa un reto
para la investigación actual si logra desembarazarse de la dictadura de la
jerarquización céltica. Parece reflejar un interesantísimo proceso de "long
term development" desde el Bronce Final según el cual la consolidación de
sistemas agrarios complejos no conllevó el triunfo de la desigualdad
jerarquizada. Su estudio exige la utilización de modelos
interpretativos sobre las formas de desigualdad que rompan definitivamente
con la actual universalidad de las sociedades de jefatura como referencia
necesaria para la comprensión de las llamadas "sociedades intermedias". Por
otra parte, este proceso parece ser un ejemplo más de la "estabilidad
conflictiva" a que dio lugar la resistencia eficaz frente a la consolidación
de la desigualdad jerarquizada algo que -esto no puede olvidarse- es lo
habitual y lo frecuente (y también lo menos espectacular) en la mayor parte
de la historia de la humanidad.
Frente a la primacía actual de la noción de
"jerarquización" puede proponerse la noción de "segmentariedad" a la hora de
explicar las formas de organización del territorio y las relaciones de
desigualdad en la cultura castreña (Fernández-Posse y Sánchez-Palencia 1998;
Sastre 2001). De acuerdo con ello, las formas de ocupación del espacio se
desarrollaron por medio de la reproducción de las mismas condiciones
locacionales en el momento en el que se constituye un nuevo asentamiento:
aquellas que permiten un sistema agrario complejo y desarrollado a la vez
que plenamente autosuficiente. En este marco general las diferencias de
tamaño no implican jerarquización, puesto que no se produce una
diferenciación funcional entre los asentamientos (Gilman 1995). Al mismo
tiempo, la segmentariedad indica la existencia de conflicto dentro de los
grupos. El sistema agrario estable supone desigualdad entre las familias en
cuanto a capacidad productiva, pero no en cuanto al acceso a los medios de
producción. Esto está en la base de posibles relaciones desiguales que, sin
embargo, no traspasan el nivel de la comunidad como estructura de poder.
La imposición del modelo céltico jerarquizado ha
ocultado la existencia de estas formas de desigualdad agrarias segmentarias
y ha impedido que los investigadores se planteen siquiera la necesidad de
explicar este tipo de formaciones sociales y de recurrir a modelos etno-arqueológicos
que sean coherentes con la información del registro arqueológico.
¿Significa esto borrar de un plumazo todo lo que tiene
que ver con los estudios filológicos?. No. Las claras similitudes
onomásticas entre el Noroeste y otros territorios peninsulares y europeos
exigen, sin duda, una explicación histórica. Pero ésta, desde nuestro punto
de vista, debe cumplir dos requisitos. En primer lugar, debe adaptar la
información filológica al contexto social real de la formación histórica que
estudia, y no al revés. En segundo lugar, debe tener en cuenta los procesos
históricos que pueden haber condicionado la información, sobre todo cuando
ésta se extrae de la epigrafía latina, porque no es válida una adjudicación
mecánica a época prerromana.
CONCLUSIONES.
A modo de reflexión final queremos hacer hincapié en
algunos de los elementos que a nuestro parecer son indispensables para
reestudiar y poder abordar desde una perspectiva revisionista el problema de
la identidad céltica y, más específicamente, el controvertido caso gallego.
En primer lugar, no es posible una revisión sin
conocer y analizar los elementos de carga social e ideológica, desde el
análisis historiográfico. A esto se suma la necesidad de manejar
registro arqueológico en toda su extensión, de manera que sea posible
la aplicación de los modelos apropiados para el estudio a abordar.
Como hemos visto, el problema de base para la
historiografía de la Europa céltica ha venido siendo la generación de un
modelo justificado en presupuestos generalistas desarrollados sobre premisas
normativistas motivados por un fondo político muy marcado. Estos tuvieron un
importante impacto en una España dislocada por una profunda crisis política
y social que buscaba justificaciones para las reivindicaciones nacionalistas
de todo tipo.
Entendemos que este es el principal origen del
problema de interpretación generado entorno a lo "céltico", que ha llevado a
la aplicación por sistema de modelos pensados para otros momentos y
desarrollados para explicar otras realidades. Entendemos que la renovación
pasa, en primer lugar, por superar las teorías del celtismo e indoeuropeismo
(ni que decir tiene de la "indogermanización") creados en los siglos XIX y
XX, neutralizando el paradigma étnico-cultural y sus asunciones cargadas de
falsas premisas visiblemente politizadas.
Al hilo de esta argumentación queda claro que es
necesario conocer la realidad arqueológica de cada región y zona
antes de suponer que se integran en grandes modelos generales en los que
todo son "excepciones" y que obligan a hacer juegos malabares para
encontrarles justificación. Este es el síndrome del "patito feo", por el que
los celtas galaicos o aragoneses parecen "feos" ante los oppida
centroeuropeos y sus impresionantes producciones artísticas; donde
todo en la Edad del Hierro en la Península son desajustes con el "modelo
clásico" centroeuropeo.
En el marco de esta crítica, y para el caso del
Noroeste y el Occidente meseteño, proponemos una revisión de los
planteamientos tradicionales, con el cosiguiente abandono de los modelos
centrados únicamente en la jerarquización social, y la adopción de un modelo
alternativo de análisis específico basado en estudios contrastados de lo que
definimos como "sociedades agrarias segmentarias". Para ello hay que tener
en cuenta la necesidad de entender y discriminar el periodo de
"romanización" para poder caracterizar a las poblaciones prerromanas y su
estructura organizativa, social y territorial. En este sentido es
indispensable replantearse la supuesta baja intensidad de la influencia
romana en el Noroeste por falta de presencia "urbana" tal y como se
documenta en otras áreas de la Península. Es necesario entender que en estas
zonas definidas como "marginales" los cambios aparejados a esta
presencia pudieron ser más traumáticos y complejos que los que se
documentan en otros grupos con formas de organización social mucho más
cercanas a la estructura de clases romana.
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TRABAJO TOMADO DE
ARQUEOWEB (UCM)
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